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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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12-08-2018

 

LA CONTAMINACIÓN, EL PRODUCTOR RURAL Y LA CULTURA

 

 

 

SURda

Notas

Opinión

Marcelo Marchese

 

 

A muchos le parece contradictorio que los productores rurales se enfrenten a UPM cuando son, aparentemente, responsables en buena medida de la contaminación de nuestras aguas.

Este problema es un auténtico nudo en el que confluyen una variedad de hilos que nos lleva, entre otras cuestiones, al problema de la libertad y sus condicionamientos.

Veamos esto más de cerca con el caso de la soja.

Todos sabemos que este cultivo exige el uso de pesticidas que en parte se absorben y en parte arrastran las lluvias a ríos y arroyos y lo mismo sucede con el fósforo y el nitrógeno usados como fertilizantes, los cuales coadyuvan a la eutrofización que produce la toxina llamada microcystina.

El productor rural no es ignorante de estos daños provocados a aguas y tierras, pero aquí importa distinguir socialmente los diferentes productores de soja. Por un lado tenemos a los grandes capitalistas extranjeros que acaparan tierras o las arriendan para producir soja que ha dado en estos años una alta rentabilidad. Como es obvio, invierten aquí porque les da ganancias sin importar ninguna otra consideración. Invierten en esto, además, porque saben hacerlo, conocen el rubro y tienen aceitados los mecanismos para desembarcar en nuestro país.

Por otro lado, y con cierta variedad entre ambos extremos, tenemos al productor nacional que da en arriendo su campo, o parte de su campo, para los sojeros, pues eso le rinde más que criar ganado. Arrendar el campo y no hacer nada, le daría más dinero que dedicarse a criar ganado y engordarlo y protegerlo de los fríos y sequías.

Dan en arriendo su campo o ellos mismos cultivan la soja por el simple motivo de que es rentable, lo que significa que es  más  rentable que otros rubros. Sabe que genera problemas, sabe que perjudica el agua y perjudica su tierra, pero muchos, muchísimos de estos productores, se encuentran en este dilema: o destinar parte de esos campos a la soja y la forestación, o abandonar la tierra. Otros, no tan apretados, y aún siendo la soja más rentable, siguen en el rubro de la ganadería. Se mantienen en lo suyo aún a sabiendas que dando en arriendo y sin trabajar, ganarían más.

Habida cuenta de todo lo anterior, la gente de la ciudad preocupada por la contaminación debe evaluar qué nos conviene, o qué le conviene al país, pues por un lado algunos de esos pequeños y medianos productores contaminan, aunque sea mucho menos que los grandes latifundistas, y por el otro, incorporando la soja y la forestación, pueden permanecer en sus tierras, pueden capear el temporal hasta que lleguen tiempos en los que no tengan que apelar a recursos que a futuro no le sirven, tiempos en que puedan dedicarse a lo que más saben y les gusta, la razón principalísima por la cual viven en el campo.

Así que el problema está planteado ¿cómo alentamos los rubros más sustentables para el planeta, habida cuenta que es imprescindible para nuestra soberanía y para nuestro estilo de vida que los productores rurales permanezcan en sus campos?

El proceso llamado "globalización", palabra bastante engañosa inventada para enmascarar la realidad, no sólo implica que podamos escuchar canciones de cualquier parte del mundo y ver films que bajamos de inmediato y gratuitamente. Globalización también implica que el gran capital supere las barreras que antaño significaban los Estados nacionales, se apoderen de los recursos naturales en el tercer mundo y arrasen sus culturas, culturas que además significan la principal resistencia ante el tsunami arrasador de la globalización.

¿Por qué nuestra cultura significa la principal herramienta, el principal factor de resistencia ante el empuje globalizador?

Es importante aquí entender que "cultura" no significa los conocimientos aportados por la lectura, sino un conjunto ordenado e históricamente dado de conocimientos y técnicas en todas las ramas de la creación material e intelectual humana.

Tras la crisis de los alimentos del 2007 y la crisis financiera del 2008, los grandes capitales especulativos se largaron a rubros seguros: acapararon los recursos naturales del tercer mundo y desplazaron en gran medida a los productores nacionales y rediseñaron su función.

En el caso de las comunidades agrícolas campesinas con honda raíz indígena, este proceso aceleró el traspaso de la producción con sus semillas a la incorporación de la nueva semilla, más "eficiente", que trae la trasnacional del grano. Esta nueva semilla más rendidora, exige más pesticidas y fertilizantes y exige que el campesino vuelva a comprar la semilla para plantar, es decir, exige una dependencia absoluta de la trasnacional, que aporta los pesticidas y fertilizantes adecuados y aporta, siembra a siembra, un grano transgénico que es resultado de una alta concentración de inteligencia, es decir, de cultura.

El campesino, que antes cuidaba sus semilleros y que fue llegando al maíz actual como resultado de una milenaria selección de granos, abandona sus semilleros, abandona el resultado de esa lenta selección que llevó de un maíz de cuatro hileras de granos al maíz actual, y ese abandono significa una pérdida para la sociedad donde vive y significa una pérdida para sí mismo, pues ahora depende para cada siembra, del grano aportado por la trasnacional.

Además, el campesino que necesitaba de su comunidad para la producción, tiende ahora a ser modernizado, es decir, descomunizado, lo que implica el deterioro de los lazos sociales, de los lazos culturales.

Así como sucede en estas comunidades campesinas en nuestra América, y así como sucede en otras partes del mundo con otras culturas nativas, sucede en Uruguay aunque poco quede de nuestras culturas aborígenes. Lo que sí quedó y construimos, incorporando algo de aquella cultura aborigen, es una antigua cultura de trabajo rural que viene siendo deteriorada toda vez que perdemos una familia que vive en el campo, una familia que debe vender sus tierras.

Este éxodo archi súper y recontra documentado significa la pérdida de tradiciones, es decir, de un conjunto de conocimientos y técnicas de producción rural y de vida. Ciertas cosas no se aprenden en la facultad de Agronomía, así como no se aprende en la facultad de Arquitectura a quinchar o hacer casas de barro.

Pero además de conocimientos sobre la paja brava, el barro, el caballo, el viento, las estaciones y todas aquellas cuestiones particularmente vinculadas a la producción, existen otros conocimientos vinculados a otros aspectos de la cultura que, unidos a los anteriores, constituyen una verdadera universidad rural.

Un amigo me contaba que el padre sabía de cierto musgo que crece en cierto árbol, que si a uno lo está enloqueciendo una muela y se encuentra radicalmente aislado, se lo coloca en esa muela maldita y al otro día se la arranca sin dolor. El padre de ese hombre murió y él no recuerda qué musgo era. El día que muera el último que sabía eso, perderemos cultura para siempre.

Es difícil encontrar una palabra suficientemente dura para calificar la actitud mental que desatiende este sistemático deterioro de nuestra cultura, este arar nuestra cultura con esa inmensa máquina llamada globalización, pero mientras el lector imagina esa palabra, recordemos que dijimos que nuestra cultura, nuestras tradiciones, son la principal herramienta en la lucha contra la globalización y para explicar esto vayamos a un ejemplo.

Cierta vez, en la sala de profesores de cierto pueblito, me encontré con un anuncio: "Prohibido tomar mate", colocado encima de una cafetera nueva. Ninguno de los profesores le prestamos demasiada atención a la orden y seguimos tomando mate alegremente, pues ese mate formaba parte de nuestra cultura. Esa orden globalizadora se estrelló con la roca de nuestra cultura y se hizo pedazos entre la burla de los docentes.

Ahora bien, se trata, como es evidente, de sostener nuestra cultura, lo que significa conservar nuestra tradición y se trata de saber innovar, de llevar a cabo los cambios, el inicio de un nuevo tiempo que permita, entre otras cosas, que a la hora de producir, el hombre no esté obligado a encarar un rubro negativo para la tierra, el agua y la cultura.

Si además permitimos que la globalización arrase con esa creación cultural que llamamos República, perderemos una herramienta fundamental para sostener lo que hemos construido y para encarar los cambios imprescindibles. Si permitimos que la globalización arrase con el Estado, la herramienta que crea la República para defenderse y llevar a cabo sus decisiones, quedaremos definitivamente inermes.

No somos libres para volar ni para vencer a la muerte. La libertad está condicionada por las herramientas que hemos construido como especie y a la postre no es otra cosa que una conciencia de la necesidad. Si queremos llevar a cabo un desarrollo sustentable para el planeta, tenemos que crear las condiciones culturales que le permitan al hombre tomar las mejores opciones. Si queremos mejorar nuestra producción y hacerla sustentable, necesitamos que la República diseñe políticas que sean resultado de un Plan de Desarrollo Nacional.

En esta tarea de elaborar un Plan de Desarrollo Nacional, será necesario el aporte de  una Universidad no financiada en sus investigaciones por las trasnacionales, sino una Universidad al servicio de la economía del país, será necesario el aporte de esa Universidad Rural que se está deteriorando, y será necesario el aporte de ciudadanos sueltos o unidos en organizaciones de todo tipo que se sumen a esta tarea intelectual.

Entre esas organizaciones se encuentra el movimiento "UPM2, NO", un movimiento que está naciendo y que por ahora sólo es un grano de arena, aunque sea un grano de arena en el ojo de los poderosos.

Fuente: http://www.uypress.net

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